En estas navidades, las
Catequistas Sopeña Mariela, Lolita y Alejandra, vivimos una experiencia
maravillosa con los niños de la Cañada Real. Estuvimos en un campamento
organizado por Caritas Diocesana de Madrid, al que asistimos alrededor de 15
monitores, entre religiosas de tres congregaciones, jóvenes de distintas
parroquias y de la Universidad de Comillas. Teníamos alrededor de 40 niños de 5 a 12 años.
La Cañada Real, es uno de los
barrios más marginales de Madrid; para los que conocen la vida de Dolores
Sopeña, se puede comparar con el barrio de las Injurias de su tiempo. Allí la
gente vive en una pobreza extrema, la mayoría vive en chabolas que son de las
carrocerías de los coches, otras simplemente de cartón; hay algunas casas más
normales por fuera pero por dentro viven 20 o 30 familias apiñadas. Por lo regular,
las familias sobreviven día a día con lo que pueden encontrar. Allí conviven
varias culturas: gitanos españoles, rumanos, portugueses y árabes que por lo
general cuesta mucho que se integren, aunque ahora Cáritas está haciendo una
labor preciosa, en la que se lo está consiguiendo. El campamento consistía en
actividades muy básicas con el objetivo de que los niños tuvieran unos días en
lo que se pueden asear, comer una dieta equilibrada, divertirse sanamente y
salir a conocer otros lugares nuevos, actividades que por lo general no suelen
hacer en sus casas.
A las 9 de la mañana las
furgonetas de Cáritas nos recogían. Unos partían directamente a la Fábrica en
la que se estaba todo el día, para preparar el desayuno y otros iban a las
casas a despertar a los niños, pues la mayoría no se despertaban sino hasta
cuando nosotros íbamos. Al llegar a esos lugares el corazón se encogía al ver
cómo vivía aquella gente, y lo único que brotaba era decir: ¿Señor cómo es
posible que se pueda vivir así y ser feliz? Es indescriptible lo que allí se
ve, casuchas en medio del barro con agujeros por todos lados, había muchos
perros, dicen que son para que los niños se calienten con ellos por la noche;
las personas mayores solían estar todas reunidas alrededor de una fogata para
calentarse.
Cuando ya todos los niños estaban
reunidos, les llevamos a desayunar; después, los grupos se dividían, unos iban de
excursión y otros se quedaban en la fábrica haciendo alguna actividad lúdica. Por
lo general, disfrutaban mucho allí, sobre todo porque estaban atendidos y
tenían a unos jóvenes que les daban mucho cariño y atención.
El compartir con ellos nos ha
servido mucho para entender su realidad y comprender su comportamiento. Los
niños son unos terremotos. Con algunos había que tener 20 ojos por delante para
que no se nos escapasen o armasen relajo. Al mismo tiempo pudimos ver en esos
niños mucha ternura, sencillez, ilusión, alegría; nos quedábamos sin palabras
cada vez que un niño nos decía algo así como: “a mi casa no ha llegado ni Papa Noel
ni los Reyes”. Pero es paradójico que entre esos niños también habían algunos
que decían “a mí los reyes me han traído una tablet, un coche con mando o un
Ipod”. El penúltimo día les dijimos que escriban la carta a los reyes magos,
pero les dijimos que como ya era un poco tarde, los reyes sólo podían comprar
coches o muñecas y alguna cosa útil para la escuela y era bonito ver con la
ilusión que ellos la escribían. Por supuesto que querían pedir cosas caras,
pero con sólo decirles que no se podía porque ya era muy tarde y a los reyes no
les va a dar tiempo de comprar, ellos lo entendían perfectamente, luego cuando
les preguntábamos qué necesitaban para la escuela decían: “yo no tengo ni
lápices, ni bolígrafos, ni mochila, ni pinturas de colores, por eso no puedo
hacer las tareas que me envían a casa”.
En las excursiones los niños
disfrutaban lo indecible, pues muchos no salen sino sólo de la casa al colegio
y del colegio a la casa; eran felices con poco que les podíamos aportar. Un día
les llevamos al parque del Retiro; allí hicieron de las suyas. Otro día estuvieron
en el museo naval.
Damos gracias a Dios por amar
especialmente a los pobres, a los marginados y por enviarnos allí, pues ha sido
un gran regalo, tanto para ellos como para nosotros. Al final del campamento
los niños decían que no querían que nos vayamos y nosotros yo creo que también
decíamos lo mismo; todos quedamos muy marcados y por supuesto con ganas de
regresar.
Hemos entendido porqué Jesús nos
invita a ser como niños para entrar en el Reino de los Cielos, pues nadie que
no sea sencillo, sincero, limpio como el niño puede pretender encontrarse con
el Señor y, sobre todo, entendemos que Jesús nos llama a ser como esos niños de
la cañada real, que son felices y solidarios con lo poco que tienen, saben
cuidar a sus amigos cada vez que alguien le hace daño y son agradecidos con lo
poco que se les pueda dar.
Le pedimos al Señor por todos
esos niños y sus familias, para que el Señor siga cuidando de ellos y siga
suscitando personas generosas, dispuestas a dar de su tiempo y lo que tienen
para que todos tengan lo necesario para vivir.